La visita

El camino del elixir

Todo escritor o aspirante a guionista conocerá e incluso habrá seguido los 12 pasos del viaje del héroe, método extendido sobre el que se sustenta un patrón valido para la gran mayoría de las narraciones a lo largo de la historia y las civilizaciones, que continúa siendo una herramienta imprescindible en la escritura y pedagogía de guión. Hablamos de un número de acciones extrapolables en el fondo a cualquier relato, que parten del mundo ordinario y la llamada de la aventura hasta superar una serie de pruebas para regresar desde lo más profundo con el elixir.

Un viaje del héroe presente en los diálogos de La visita (The Visit, 2015) y que recorre de forma transparente varias de las capas que resuenen bajo sus imágenes en apariencia found footage. Dispositivo a través del que M. Night Shyamalan, storyteller puesto en entredicho tras sus dos últimos grandes encargos de estudio, se autoproduce y encarna su propio viaje del héroe en la búsqueda un elixir con el que resucitar de cara a Hollywood y al gran público (que en cierto modo ya ha logrado); al igual que su joven protagonista trata de alcanzarlo realizando un documental (en definitiva, la película que presenciamos) por el que lograr el perdón de los abuelos a su madre. El mismo perdón que ella debe hacia su ausente figura paterna.

LA VISITA

Por primera vez probablemente desde El sexto sentido (1999), Shyamalan ha obrado con suma inteligencia para firmar la clase de producto comercial que Hollywood demanda de su figura y que además da réditos en taquilla (cuestión para la que se ha acompañado en la producción sabiamente de Blumhouse, productora de éxitos de bajo presupuesto como la saga Paranormal Activity), para aunque pueda no parecerlo y lejos de rendirse a las convenciones del subgénero, encontrarnos ante uno de sus proyectos más personales y estimulantes, siendo capaz de reinventarlo (el género y su cine) desde dentro. Esta doble lectura, presente constantemente a lo largo de su filmografía, queda marcada en el uso del found footage, que no se ajusta a nada realizado hasta la fecha y al que aporta su cuidado formal y estilo invisible, salpicado de imágenes cargadas de información ya desde los primeros compases, en el tránsito imposible del gesto cómico al llanto desconsolado de la madre (espléndida Kathryn Hahn) despidiéndose de sus hijos en el andén o capturando a los abuelos nada más conocerlos desde el reflejo distorsionado de un cristal roto en la nieve.

Aunque el propio Shyamalan haya reconocido que montó otras versiones distintas de la película, de más puro terror o con mayor carga cómica, pese a las exigencias descuidadas que impone el formato, la versión final demuestra ya no solo que la mezcla de códigos funciona, sino que desde el guión nunca había dejado nada en el aire, cada decisión de puesta en escena no resulta en absoluto casual, se encamina hacia un clímax cerrado en el que cada pequeño elemento presentado reverbera. El desarrollo de la trama se ajusta en cambio al formato de material encontrado, prestándose a las ocurrencias y temores en la relación de los dos nietos durante la estancia en casa de sus abuelos, así como a su forma de entender el documental (otro de tantos apuntes metacinematográficos que enriquecen la construcción fílmica de la película), para a la vez que con el paso de los días comienzan a suceder cosas extrañas en el comportamiento de sus abuelos, también se nos presenten grietas, señales, que apuntalan una perfecta construcción narrativa que no será hasta la última noche en su casa, inevitable giro mediante, cuando haga acto de presencia.

La visita

Bien es cierto que hasta entonces la película sufre de cierta repetición de sus propios esquemas, la ausencia de música no le impide recurrir al uso de torpes efectos de sonido, pero al desvelar su mecanismo de forma tan honesta, permitiendo acercarnos a la edición misma de la película y el visionado de los brutos, trasciende el género fantástico y de terror, presente en gran medida de forma lúdica, jugando con el componente sobrenatural (o no) de cada suceso desde las herramientas del cine, sembrando tantas incógnitas como certezas en el espectador. De hecho, el título original con el que se rodó La visita no era otro que Sundowning, conocido como síndrome del ocaso, la enfermedad mental que según las propias palabras el abuelo sufre su ya anciana esposa, más que una excusa para sus terrores nocturnos, una muestra de lo diáfano de la propuesta.

En esa fina línea entre el poder del cine fantástico y el enfoque documental es donde Shyamalan traza las bases de la narración y fundamenta los múltiples relatos que subyacen en cada escena de esta posible revisión de Hansel y Gretel. La escalofriante historia sobre dos niños abandonados que cuenta la abuela, la presencia de un ser de ojos blancos que asiste al abuelo, el recuerdo traumático de un partido de fútbol americano del niño o el miedo a verse en el espejo de su hermana, esbozos de relatos marcados por la sensación de abandono y la incapacidad de perdón, que se funden en un clímax final catártico en montaje paralelo que establece un fuerte paralelismo con el de Señales (2002). Conclusión que confirma el talento de Shyamalan no solo sigue en auge, sino que pese a su delicado contexto en la industria, su cine no deja de retroalimentarse con brillantez. Shyamalan no ha vuelto porque nunca se había ido, pero hacía tiempo que no bateaba tan fuerte.

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