FICX53: Crónica del Festival de Gijón 2015

Los pensamientos que alguna vez tuvimos (del FICX53)

Desde fuera probablemente la visión sea más uniforme, pero en las últimas ediciones hemos comprobado la existencia de dos Festivales de Gijón claramente diferenciados. Hablamos en primer lugar del festival virtuoso y desacomplejado que realiza una formidable retrospectiva de Apichatpong Weerasethakul (tras las dedicadas a Hong Sang-soo y Brillante Mendoza), con varias copias en 35mm y la siempre agradecida presencia de uno de los cineastas clave para entender el cine contemporáneo; el único de los grandes certámenes españoles consagrado al cine experimental gracias a FICXLAB, espacio bajo la exquisita selección de Revista Lumiere y la organización de la Laboral, donde los incondicionales y curiosos pudieron asomarse a la obra de Val del Omar, Nathaniel Dorsky o Thom Andersen, tarea nada fácil durante el año; aquel que ofrece a la crítica la oportunidad de programar en la estimulante sección Convergencias y también el único (junto a Sitges) que apuesta decididamente por la animación, a diferencia de otros donde se la sigue mirando por encima del hombro.

The Thoughts that we once had - Thom Andersen

The Thoughts That We Once Had (Thom Andersen)

Precisamente la existencia de múltiples festivales posibles en su interior ha sido el mayor fuerte del FICX en los últimos años bajo la dirección de Nacho Carballo, pero también su debilidad cuando lejos de confluir, el conjunto tampoco adquiere la altitud de miras precisa capaz de convertir Gijón en un rincón cinematográfico de auténtica relevancia e impronta, no solo en un trámite burocrático con el que cumplir las reglas de juego marcadas años atrás. Y todo debido al otro festival al que nos referimos, el de su Sección Oficial, que lejos de erigirse como eje del certamen, desvela las carencias de su programación, a la que cuesta encontrar una línea o búsquedas diferenciadas dentro del panorama actual, llamémoslo personalidad propia. No la hay.

Esa falta de criterio o de peso para atraer ciertas películas que prefieren como escaparate Sevilla o Valladolid, provoca que auspiciando una mal llamada diversidad (que suena a catálogo de saldos) encontremos a concurso dos propuestas tan alejadas entre sí como Black, conglomerado de tópicos del cine social europeo inspirado en Romeo y Julieta, que siendo generosos viene a ser el trabajo fin de curso de dos jóvenes cineastas belgas cuyos ídolos podrían ser Benzema y Spike Lee, y Right Now, Wrong Then, la última obra maestra de Hong Sang-soo, Leopardo de Oro en Locarno que como era de esperar, por su magistral e intransferible manera de duplicar el fugaz encuentro romántico de un cineasta con una joven pintora, logró el Premio a la mejor película del festival. Aunque en la rueda de prensa la presidenta del jurado Assumpta Serna no supiera dar motivos para valorar la decisión y cediera la palabra a otro miembro del mismo.

Right Now, Wrong Then

Right Now, Wrong Then (Hong Sang-soo)

Al igual que cuesta encontrar vínculos entre ambas, ya que pertenecen a universos distintos de la cinefilia, tampoco se vislumbran en el grueso de una sección oficial (extrañamente superpoblada de cine de los países bajos) que en su conjunto no pudo resultar más olvidable. Signo de esta falta de rumbo, la presencia de la última película de Brillante Mendoza a concurso se hizo injustificable. Por mucho que se le dedicara una retrospectiva el año anterior y en la pasada década fuera uno de los más notables cineastas del círculo de festivales, Tiklub nos confirma su irrefrenable decadencia. Con una maniquea dramatización de las consecuencias del tifón que asoló Filipinas, Mendoza entrega un filme de contenido más propio para la sobremesa, que juega a documentar la realidad de las víctimas presa de un manierismo formal que anula toda veracidad posible, subrayando además un moralismo beato inédito en la obra del director de Kinatay (2009).

Una de las propuestas más apreciadas durante la semana, la rumana Aferim! (Radu Jude), mejor dirección en la pasada Berlinale y de cierto interés novelesco e historiográfico sobre la región rumana de Valaquia en el siglo XIX, luce una estética en blanco y negro por la que no deja de resultar una versión amable y de postal de la mayúscula Qué difícil es ser un dios (Alexei German); la ya citada Black (Ardil El Arbi, Billal Falah), subproducto que se entrega a un público que no debería haber visto demasiados de sus precedentes para no sentirse ultrajado por la simpleza y tosquedad de su argumento; The Diary of a Teenage Girl (Marielle Heller), que como buena parte del cine “indie” americano confunde la provocación sexual con libertad vital y cinematográfica, ofreciendo una de las películas más conservadoras en fondo y forma no ya del festival, sino del año; o por último, el consabido relato fraterno-criminal de The Ardennes (Robin Pront) y el torpe desconcierto psicologista de Zurich (Sacha Pollack), partida en dos mitades a la inversa cuyo desenlace anula su estructura, muestras de la indefinición entre el cine de género y lo “festivalero” que no terminaron de encontrar su sitio.

Neon Bull

Neon Bull (Gabriel Mascaro)

En definitiva, la sección oficial presentó una suma de películas desacertadas y complacientes con el espectador de las que, más allá de lo fuera de lugar que se encontraban los incontestables últimos trabajos de Arturo Ripstein y Hong Sang-soo, únicamente nos atrevemos a destacar Neon Bull, potente apuesta visual de Gabriel Mascaro, cuyo cine no deja de crecer en ambición narrativa tras recibir la mención especial de Locarno con Ventos de agosto. Además, en la clase de conexión que echamos en falta al resto, tras la dirección fotográfica se encontraba el director de fotografía de Cemetery of Splendour, Diego García, cuyo trabajo lumínico junto a Apichatpong resuena ya desde el título y en las secuencias nocturnas del filme brasileño. Su lograda puesta en escena de la vida rural, a modo de retablo en plano fijo o secuencia, nos permite observar con feroz naturalidad la evolución de un modo de vida como el de las vaquejadas, conservando tanta belleza como misterio en la confrontación del cuerpo del hombre y el del animal, en el retrato del modista y del trashumante, reversos de una misma sociedad a punto de cambiar.

Avante muy poca

Sin tiempo para adentrarnos en la totalidad de las secciones –lo que en concreto sentimos con AnimaFICX, aunque no tanto con la previsible selección de Géneros mutantes, repleta de títulos con fecha de estreno e incluso alguno disponible en VOD- y a falta de que la sección oficial respondiera a las expectativas marcadas, en Convergencias encontramos no solo ya películas de mayor calado, y probablemente más acordes a lo que uno espera de un festival como Gijón, sino cuanto menos una serie de búsquedas dentro del frágil estado del cine de autor. En ocasiones de forma fallida como The Road (Rana Salem), divagación sobre la identidad, la pérdida y el duelo en el seno de una joven pareja de la capital del Líbano, que pocos acertamos a desentrañar; en otras de un modo mucho más satisfactorio como Os olhos de André, notable film portugués que, a la manera de los modelos bressonianos, recrea un trauma vital en el seno de una familia por medio de una aproximación cinematográfica no del todo redonda en lo narrativo, pero sin duda renovadora por esa aspiración a la pureza de sus formas.

Transatlantique (Félix Dufour-Laperrière)

Transatlantique (Félix Dufour-Laperrière)

Se daba la rara y apasionante circunstancia de que coincidieran dos filmes que se adentran en el viaje de un carguero por el océano. Hablamos de Dead Slow Ahead, Premio Especial del Jurado en el último Festival de Locarno, fuera de concurso en DocuFICX, y de Transatlantique, pieza destacada bajo la temática del sonido que agrupaba la sección Convergencias. Dos experiencias sensoriales que lejos de producir un efecto cacofónico, se complementaban por sus diferentes (y alucinadas) visiones de la vida en alta mar. El filme del director de fotografía Mauro Herce (Arraianos, Slimane) lo logra por su excelente trabajo paisajístico, exprimiendo las posibilidades artísticas de la baja velocidad marítima para sumergirse en las cavidades más profundas del monstruo mercante; el del québécois Félix Dufour-Laperrière por su ambición onírica, que convierte la visión del diario de a bordo en un estado cíclico de vigilia que se deja llevar por el ritmo del agua y las películas musicales que ven sus tripulantes.

En el fondo ambas propuestas partían de un metódico enfoque observacional para, tras horas y horas de grabación, conectar con las obsesiones de la tripulación, convertirlas en las del cineasta y transfigurarse en un extraño y personal objeto cinematográfico no identificado, una capacidad que hacía de ellas dos de las obras más sugerentes vistas en el certamen. Precisamente cierta vocación transformadora, capaz de plantearse cuestiones sobre su lugar en el marco de festivales y el cine contemporáneo, frente al letargo de Sección oficial, es lo que echamos en falta en el FICX para evitar seguir quedándose un paso por detrás del resto.

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